El texto del discurso pronunciado por Pier Paolo Pasolini en la asamblea de jóvenes e intelectuales celebrada la mañana del domingo 8 de junio de 1975 en el cine Jolly de Roma, en el que el escritor motivó su decisión de votar al PCI en las próximas elecciones que marcaban un avance comunista histórico. El texto es el publicado con el título “Pasolini: mi voto para el PCI” en Unità el 10 de junio. «Sé que en este país que no es negro (fascista) sino horriblemente sucio hay otro país: el país rojo de los comunistas. “La corrupción, la voluntad de ignorancia y el servilismo son desconocidos en ella”.
Voto comunista porque recuerdo la primavera de 1945, y también las de 1946 y 1947.
Voto comunista porque recuerdo la primavera de 1965, y también la de 1965 y también la de 1966 y 1967. Voto comunista, porque en el momento de la votación, como en el de la lucha, no quiero recordar nada más.
La naturaleza nos ha dado la capacidad de recordar (o saber) y de olvidar (o no saber), voluntaria o involuntariamente, lo que queremos: a veces la naturaleza tiene razón. Os lo diré en otra ocasión, os lo diré a vosotros, jóvenes, sobre todo a los de dieciocho años, lo que, en el momento de la votación, como en el momento de la lucha, no quiero recordar ni saber. Hoy estoy aquí para contaros lo que quiero recordar y saber. Recuerdo y sé que en el 45, 46, 47 se pudo vivir la Resistencia.
Recuerdo y sé que en el 65, 66, 67, cuando ya estaba claro que habíamos vivido la Resistencia pero no la liberación, pudimos vivir una verdadera lucha por la paz, por el progreso, por la tolerancia.
Recuerdo y sé que, aun cuando esta ilusión necesaria se perdió, sólo permanecieron ustedes, los jóvenes comunistas.
Recuerdo y sé que tanto yo, joven comunista de la generación anterior, como ustedes, jóvenes comunistas de hoy, si no conociéramos a Marx, Lenin y Gramsci, viviríamos una vida sin sentido.
Recuerdo y sé que la única posibilidad de actuar, así como de pensar, está dada no sólo por la alternativa revolucionaria que ofrece el marxismo, sino también y sobre todo por su alteridad.
Pero también recuerdo y conozco otras cosas que no vivimos en la lucha y en el proyecto de una alternativa y de una alteridad, sino que vivimos existencialmente, casi como sujetos pasivos, como ciudadanos, es decir, de un país que no elegimos y cuyo poder –aunque nos rebelamos contra él en nuestra conciencia– nos vimos obligados a aceptar en la realidad cotidiana.
Recuerdo y sé que el poder clerical en el 45, en el 46, en el 47, y luego en el 65, en el 66, en el 67 fue la continuación perfecta del poder fascista.
El poder judicial era el mismo, la policía era la misma, los jefes eran los mismos. Los hombres en el poder eran los mismos: a la manifiesta violencia fascista ahora sólo se añadía la hipocresía católica. La ignorancia de la Iglesia era la misma. Los sacerdotes eran los mismos.
Recuerdo y sé que entonces, sin que ni siquiera los hombres en el poder se dieran cuenta –tal era su codicia, tal era su estupidez, tal era su servidumbre–, el poder cambió casi de repente: ya no era fascista ni clerical. Se ha vuelto mucho peor que fascista y clerical.
Recuerdo y sé que de repente el genocidio que Marx había profetizado en el Manifiesto se ha realizado en su totalidad a nuestro alrededor y sobre nosotros: un genocidio, pero ya no colonialista y parcial, sino un genocidio como suicidio de un país entero. Recuerdo y sé que la imagen humana ha cambiado, que las conciencias han sido profundamente violadas.
Recuerdo y sé que, para compensar esta masacre humana, no hay hospitales ni escuelas, ni zonas verdes ni guarderías para ancianos y niños, ni cultura ni ninguna dignidad posible.
Recuerdo y sé, de hecho, sé, simplemente porque se trata de hoy, de este momento, que los hombres en el poder están atados a la misma esperanza de supervivencia que los criminales, consistente en la necesidad de cometer otros crímenes. Sé, pues, que los hombres en el poder seguirán organizando otros asesinatos y otras masacres, y por tanto inventando sicarios fascistas: creando así una tensión antifascista para recuperar una virginidad antifascista y robar los votos de los ladrones; pero, al mismo tiempo, manteniendo la impunidad de las
bandas fascistas que, si quisieran, podrían liquidar en un día.
Sé también que la acumulación de crímenes por parte de los hombres en el poder, combinada con la imbecilidad de la ideología hedonista del nuevo poder, tiende a hacer al país inerte, incapaz de reacciones y reflejos, como un cadáver.
Sé que todo esto es fruto del Desarrollo: un escándalo insostenible para quienes durante muchos años, y no retóricamente, creyeron en el Progreso…
Pero finalmente sé que en este país que no es negro sino horriblemente sucio hay otro país: el país rojo de los comunistas. En él se ignoran la corrupción, la voluntad de ignorancia y el servilismo. Es una isla donde las conciencias se han defendido desesperadamente y donde el comportamiento humano aún ha logrado mantener su antigua dignidad. La lucha de clases ya no parece enfrentar a revolucionarios contra reaccionarios, sino ahora casi como si se tratara de hombres pertenecientes a razas diferentes. Voto comunista porque estos diferentes hombres que son los comunistas siguen luchando por la dignidad del trabajador así como por su nivel de vida: es decir, consiguen transformar, como quiere su tradición racional y científica, el Desarrollo en Progreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario